domingo, 2 de diciembre de 2007

ENCHANTED. Un cuento hecho realidad.

Lo cierto es que tenía muchas ganas de verla. El trailer me había enganchado. Se presentó la oportunidad de ir gratis al cine. Así que me llevé a todo el que encontré dispuesto a ir. Todos salimos encantados, nunca mejor dicho, del cine.
Para ser sinceros, el principio asusta un montón, los 10 primeros minutos son más empalagosos que un mazapán con miel por encima y aderezado con azucar glasé. Pero por favor, NO salgas del cine. La parte de animación es cursi, inocente y, ante la concepción adulta, descabellada. Un amigo me gritó: ¿Qué me has traido a ver!? Lo bueno fue ver que pasado esos diez minutos no dejaba de reirse. Es divertida y adorable.
La gente la compara con Shrek pero se nota mucho la firma de Disney en la película. Los diálogos son inteligentes y la estética entre comedia romántica y película infantil tienen ese puntito que la hace irresistible. Pero conserva parte de esa cursilería y esa inocencia tan propias de la marca. La contraposición de ese mundo fantástico de cuento, llevado a los extremos, con la vida real es divertidísima. Además es un pelín más realista y puede que con esta película la próxima generación aprenda a disfrutar de todas las experiencias, y que el amor es más complicado que en una película de dibujos.
A mi me hizo pensar en las cosas que pierdes cuando superas la inocencia. Cosas con las que soñabas o que dabas por sentadas, y resulta que la vida real las transforma, a veces para mejor, a veces para peor. Yo soñaba con casarme con vestido enorme incluido y daba por sentado que me casaría con el primer hombre de mi vida. Era la niña más cursi del mundo. A pesar de que el primer hombre al que besé es uno de mis mejores amigos, no me casé con él y ya no quiero la boda de cuento infantil con millones de personas; los caminos del amor son inescrutables. Esas ensoñaciones se rompen para dejar paso a algo muy especial como en la película. No por ser el primero tiene que ser el acertado, aunque en publicidad digan aquello de que más vale ser el primero que ser el mejor. La vida es hermosamente complicada.

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